Había decidido pasar la tarde en el desván de la casa de los abuelos, atraída por interés en encontrar, entre  los numerosos recuerdos que guardaba su familia, información  histórica de Sigüenza. Subió por la estrecha escalerilla y al abrir la trampilla para  acceder al interior, sus ojos tropezaron con una amplia tela. Al descubrirla apareció una silla baja de costura, de madera y enea. Recordó que la abuela le contaba que sentada en ella, pasaba las tardes cosiendo camisas de batista blanca y otras prendas del ajuar, que seguramente encontraría dentro de algún baúl, celosamente guardadas entre telas, papeles de seda y bolas de alcanfor. Ahora, sería ella quien pasaría la tarde sobre aquella silla, pero la utilizaría como silla de lectura. Su intención era localizar y husmear entre los periódicos antiguos que su abuelo guardaba en casa, para documentarse y estudiar el tema que habían propuesto sus compañeros en la última reunión: la gripe española de 1918. Tardó poco en cumplir su deseo porque, una rápida mirada le permitió descubrir, junto a unas cajas, amontonados y bien atados con cuerda, los ejemplares del semanario regional independiente La Defensa. Seleccionó los correspondientes a los meses de mayo a diciembre de 1918 y, sentada en la sillita de costura con las piernas estiradas, se dispuso a  ponerse al corriente de aquella epidemia que asoló el mundo cien años antes.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, un azote de gripe se propagó velozmente por toda Europa, encontrando su caldo de cultivo idóneo en una población  muy debilitada por la mala alimentación y la falta de higiene, soportados durante el conflicto bélico. Sus consecuencias fueron terribles, con un saldo de víctimas superior al que contabilizó la  guerra. Los países participantes en el conflicto no permitieron a los medios de comunicación dar cuenta de la noticia de la epidemia, para no descorazonar ni alarmar más aún a la población. La prensa española fue la única en publicar la gravedad de la plaga que sacudía a la humanidad y, una mala interpretación, hizo atribuir un origen español a la enfermedad. Sin embargo, fueron los soldados americanos que desembarcaban en Francia, los que trajeron el virus a Europa y su propagación fue realizada por una población mísera y sin recursos que viajaba hacinada en los vagones de los trenes europeos, de un país a otro en busca de un medio de vida.

La gripe española ha sido calificada como la peor catástrofe sanitaria de la historia. Una epidemia terrible que contagió a una de cada tres personas, causó verdaderos estragos entre la población y su saldo mortal fue superior al de la guerra, produciendo una  gran caída demográfica. En España, de los veinte millones de habitantes que había, se contagiaron ocho millones y produjo la muerte de 300.000 personas. Atacó sin distinción de edad, sexo o condición social, siendo uno de los afectados el rey Alfonso XIII, que  padeció la gripe en la primera etapa,  entre los meses de marzo y julio de 1918.

Durante la primavera de 1918 el virus actuó tan débilmente que, los médicos le restaron importancia, hablaban de “un grippe benigno”, tan leve que tan sólo producía una fiebre alta y somnolencia  durante un par de días. Tan grande fue la preocupación como la cantidad de medidas sanitarias que se adoptaron dirigidas a controlar la pandemia y evitar el contagio masivo de los ciudadanos. Junto a los consejos para practicar una correcta higiene y limpieza personal y de los espacios públicos y privados, la Real Academia de Medicina emitió un comunicado con la lista de sueros, medicamentos y desinfectantes más indispensables para el tratamiento de la gripe: aspirina, piramidón, quinina, arsénico, opio, yodo, aceite de ricino, azufre, alcanfor…  fueron preparados en envases y distribuidos por los representantes y almacenistas de toda España para ser aplicados por los médicos que luchaban contra el mal. Hubo quien prefirió recurrir a remedios caseros y naturales, heredados de la tradición familiar o de la cultura popular, con la esperanza de curarse. A pesar de todo, la gripe se propagó por todo el mapa nacional, dejando a su paso atemorizada a una población que veía ensancharse los muros de los cementerios para dar  cabida a todas las víctimas mortales.

Pero al llegar el otoño, la gripe se ensañó contra la población. Manifestándose los síntomas más alarmantes. Los primeros síntomas que se padecían era dolor de cabeza y fiebre. Después empezaban los mareos, náuseas, vómitos, visión nublada y la aparición de manchas cutáneas de tonos marrones que, desde las mejillas se extendían por todo el cuerpo. Durante dos días la temperatura corporal subía a 38-39º, después se complicaba con una neumonía que aumentaba la fiebre a 40º y provocaba un fatal desenlace.

 La provincia de Guadalajara fue declarada oficialmente zona afectada. Localidades como Saúca, Tordelrábano, Estriégana, Moratilla de Henares, Pelegrina y La Cabrera, padecieron la enfermedad, las cifras de damnificados se acercaban al centenar. Numerosos pueblos de la Diócesis, sufrieron los estragos de la cruel epidemia, familias enteras se contagiaron. Hasta ellos llegó la ayuda del Obispo D. Eustaquio Nieto, encabezando una subscripción popular destinada  a ayudar económicamente a viudas y huérfanos. Para atender a los enfermos y administrarles los sacramentos, envió sacerdotes y religiosos a los pueblos, aun sabiendo el grave riesgo que corrían de contagiarse y perder la vida, como llegó a suceder. Otra medida destinada a evitar un mayor contagio fue el cierre temporal del Seminario Conciliar, evitando así la llegada de seminaristas procedentes de distintos puntos de la Diócesis, que pudieran traer el virus a Sigüenza. Aunque aquí también aparecieron brotes de la epidemia de gripe. Sin embargo, hubo menos víctimas entre una población fortalecida por el clima sano y los aires aromáticos del pinar.

A finales de octubre, la Junta municipal de Sanidad se reunió para adoptar medidas de carácter profiláctico: ordenó a los directores de los colegios la desinfección y cierre de las  instalaciones; obligó a la limpieza y desinfección diaria en las fondas, casas de huéspedes y posadas y en los coches de la línea de transporte por carretera a Medinaceli y Atienza. Un bando de la alcaldía, colocado en todas las entradas a la ciudad, avisaba de la supresión temporal de la celebración de las ferias y la recomendación a los feriantes de no acercarse a la ciudad. Pero los carteles se colocaron tan bajos, casi a ras de suelo, que su lectura resultaba difícil e incluso se ignoraba. Los vendedores ambulantes entraron en la ciudad participando en la feria seguntina.

Se aconsejó el aislamiento de los enfermos, garantizando su atención médica en el lazareto del Rebollar y, por si fuera necesario, el obispo ofreció también las instalaciones del castillo-palacio. 

Las medidas dirigidas a evitar la propagación de la infección fueron tan duras que incluso llegaron a limitar el número de  personas autorizadas a asistir a los sepelios. Incluso se cerró el cementerio el día de Todos los Santos, impidiendo la visita a las tumbas de los familiares difuntos, por considerarlo como un posible foco de contagio.

Durante el último trimestre de 1918, el semanario La Defensa, dirigido por Eduardo Olmedillas, realizó un seguimiento crítico de la cuestión sanitaria. Artículos de opinión, crónicas y versos alusivos a la epidemia de gripe, llenaron sus páginas con críticas y reflexiones sobre el ambiente que se vivía y las medidas sanitarias que, con mayor o menor éxito, se estaban tomando para paliar la enfermedad. Incluso alguno propuso su remedio particular, muy eficaz a su parecer: “huir de los sitios donde se hablaba de la enfermedad y tomar de cuando en cuando una copita  de licor con Zotal”.

Empezaba a oscurecer y apenas había iluminación para seguir leyendo, cuando escuchó que la llamaban a voces. Cubrió con la tela la silla baja de costura y, mientras recogía los periódicos, decidió llevarse los ejemplares que había leído. Aquel papel centenario aparecía amarillento, frágil y quebradizo al tacto, necesitaba ser protegido para no romperse ni perder la información que contenía. Decidió digitalizar sus páginas para poder conservarlos en buenas condiciones, manejarlos sin temor y utilizarlos alguna vez más para recuperar la historia de la epidemia de la Gripe española de 1918 en Sigüenza.

Amparo Donderis Guastavino

Archivera de Sigüenza