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Una foto antigua de la fábrica

Un siglo de transformaciones industriales en la provincia de Guadalajara. El pasado 19 de junio, una de las sesiones de la Primavera Universitaria 2015 de Sigüenza versó sobre las transformaciones industriales en Guadalajara en el siglo pasado. En concreto, nos servimos de una investigación sobre la fábrica de cementos portland El León, de Matillas (1907-1985), para hacer un balance, crítico e informado, de un siglo de cambios sociales, económicos y políticos en la región: la transformación de una comunidad que era eminentemente rural a finales del siglo XIX –en la que el 80% de los habitantes de la provincia eran campesinos–, en una sociedad –hoy ya post-industrial–, en la que más del 80% de los habitantes vive en grandes conurbaciones, especialmente en la capital.

La investigación estudia la transformación del campesinado en obrero fabril tomando como analizador el estudio de caso de la colonia industrial construida a la sombra de la conocida fábrica. Parte de un análisis contextualizador en torno a la estructura socioeconómica de la provincia a finales del siglo XIX. Una población que, como en la mayor parte de Castilla, había seguido un particular proceso de campesinización, como respuesta reactiva al programa liberalizador del mercado de la tierra y el trabajo doceañista. La relativa alta distribución de la propiedad de la tierra –heredada de las concesiones que, en la reconquista, se hacían a los nuevos asentamientos fronterizos–, y las alianzas entre las clases populares y las oligarquías locales para desactivar los dispositivos dirigidos a la movilización de la fuerza de trabajo hacia las ciudades, hizo que una gran parte de la península no conociera la primera revolución industrial.

Por ejemplo, las desvinculaciones y desamortizaciones de mediados del siglo XIX no supusieron un cambio de manos real de la tierra. La tierra amortizable comunal y de la iglesia –tal y como ha documentado en este mismo periódico Diego Moreno–, fue recomprada por grandes propietarios rentistas, mientras que aquéllos muy pequeños propietarios (una o dos hectáreas era la moda) la conservaron.

No obstante, a finales del siglo XIX, la pérdida del recurso a los terrenos comunales y la devaluación del precio del trigo por la extensión de los mercados a nivel nacional e internacional, había provocado un empobrecimiento sin precedentes de los alcarreños. Los campesinos sin tierra y los muy pequeños propietarios se empezaron a tener que contratar en otras explotaciones agrarias o en otras actividades de carácter local –actividades extractivas, obras públicas, infraestructuras de transporte, etc.–, o también, como en nuestro caso, en las nuevas industrias rurales de transformación de materiales de construcción que fructifican al hilo de los planes regeneracionistas a principios del siglo XX.

El cemento artificial portland llegó a Matillas en 1903, casi al mismo tiempo que el tren, y por mediación de un empresario inglés (Carlos Clayton), como un símbolo de progreso y modernización al que, a estas alturas de la historia, era material y moralmente imposible oponer resistencia. Máxime, en un contexto, el de la crisis finisecular del siglo XIX, en el que una de las explicaciones más esgrimidas por el citado movimiento regeneracionista del atraso español, era precisamente la apatía y la resistencia a la modernización de las clases campesinas en connivencia con la oligarquía y el caciquismo, para citar una conocida obra crítica de Joaquín Costa, en la que, paradójicamente, contribuye activamente el Conde de Romanones.

Por otra parte, el cemento artificial, junto a la electricidad, son los materiales paradigmáticos de la llamada segunda revolución industrial, tanto por su papel decisivo en la transformación del espacio como por las características del proceso de su fabricación: la estandarización de la jornada laboral y del trabajo a turnos; la especialización profesional; las nuevas pautas de ocio y de consumo; la institucionalización de las relaciones laborales; la regulación de las relaciones de empleo y la creación de mercados internos de trabajo, y en general, las formas de vida y estrategias profesionales de la moderna familia obrera industrial.

No obstante este sueño modernizador fue vivido sólo por dos generaciones de trabajadores. En el año 1975, la compañía anglo-española de cementos pórtland El León, fue comprada por la multinacional ASLAND que, en sólo diez años, acabó con la vida útil de las máquinas y cerró la empresa en 1985, destruyendo en su marcha gran parte de las instalaciones fabriles y del poblado industrial. Una política de concentración y deslocalización empresarial que, por otra parte, ha sido generalizada en todo occidente para este tipo de actividades industriales.

De forma que el impacto ecológico de la planta en el territorio y la falta de recursos materiales y humanos, tanto para volver a la actividad agrícola, como para poder “emprender” otras actividades económicas, ha provocado un rápido e intenso vaciado poblacional de los pueblos de la comarca, especialmente de los jóvenes, y una falta completa de expectativas de futuro para la región. Lo cual, como otras actividades industriales otrora boyantes, que hoy han cerrado sus puertas por efecto de la globalización económica, ha dejado en la población un sentimiento ambivalente de amor y odio hacia la fábrica y el pasado industrial difícil de gestionar.

No obstante, la conclusión de la charla con esta especie de balance sirvió para animar un interesante debate por parte de los cualificados asistentes, muchos de ellos amigos, en torno a la necesidad de pensar colectivamente en el impacto ecológico y social a medio y largo plazo a la hora de plantearse la promoción de nuevas actividades económicas en la región.

Pablo López Calle
Universidad Complutense de Madrid