Ya es tiempo de finalizar esta serie de artículos que nos han llevado a explorar el problema de la despoblación desde diversas perspectivas. Para mí han sido de mucha ayuda para aclarar ideas y reflexionar sobre múltiples cuestiones; y espero que no hayan sido una pérdida de tiempo para mis improbables lectores. Acabaremos pues. Pero acabaremos poniendo sobre la mesa las esperanzas y las posibles soluciones que la realidad nos brinda, después de tantos meses de críticas y desasosiegos.
En el anterior artículo planteábamos como una ingenua ilusión el pensar que familias convencionales de clase media se instalasen en nuestra comarca. Ni teniendo estupendas carreteras, ni internet a alta velocidad. Algunas lo podrían hacer por múltiples motivos, pero en ningún caso se producirá un movimiento demográfico lo bastante intenso como para revitalizar los centenares de pueblos en vías de extinción. Y terminábamos diciendo que sí hay dos agentes que tienen el potencial suficiente y las características adecuadas para abordar en las próximas décadas un proceso generalizado de repoblación: inmigrantes y, sobre todo, neorrurales. Hablaremos largo y tendido de estos últimos.
El fenómeno neorrural comienza en Europa en los años 60, pero es sobre todo con las llamas de 1968 cuando se amplía y generaliza. A partir de ese año e irradiando desde Francia nuevas ideas cuestionan el orden establecido y comienzan su andadura algunos movimientos que no han hecho sino crecer desde entonces, particularmente el ecologismo y el feminismo (que no son ni mucho menos nuevos pero que reciben en esos años un espaldarazo importantísimo). Entre estas ideas se encuentra una revaloración de lo rural, fundamentalmente como reacción a una vida urbana alienada y al modelo de sociedad que el capitalismo va configurando. En ese contexto muchas personas deciden abandonar la ciudad y recomenzar la vida en espacios rurales. El colectivo es mayoritariamente joven y se dirigen al campo con un proyecto de vida alternativo. Estos son los neorrurales. Por primera vez se produce un movimiento demográfico inverso al dominante en el siglo XX. Aunque no comparable en intensidad al éxodo rural que vació los pueblos, sí abre una importante brecha psicológica: hay gente que no está fascinada por los caramelos del consumo de masas y llaman calidad de vida a ciertos elementos específicamente no urbanos. En España hay que esperar unos años más, hasta el 76 aproximadamente, para que determinadas imposiciones sociales del franquismo se relajen levemente y muchos grupos de jóvenes urbanos desanden el camino andado por sus padres y emigren al campo para materializar las ansias de libertad que llevaban tanto tiempo retenidas.
El neorruralismo, o la vuelta al campo, puede presumir de una larga trayectoria. Los antecedentes históricos son numerosos pero es a partir de los años 60 cuando el fenómeno se adapta al contexto social, económico, político y cultural en el que ahora nos encontramos. Inicialmente el movimiento neorrural es fundamentalmente político y contracultural, pero progresivamente se diversifica para dar cabida a una inmensa pluralidad de iniciativas, perspectivas, motivaciones, ideas y concepciones que en muchos casos sólo comparten el marco en el que se desarrollan: el medio rural. También son diversas las interacciones (tensiones la mayoría de las veces) entre neorrurales y autóctonos, que no entienden cómo alguien puede venir a vivir al campo, que asocian con atraso y baja calidad de vida, desde lo urbano, que asocian con el progreso, la comodidad y la vida moderna, en definitiva. Los familiares de esas personas autóctonas son las que han protagonizado el éxodo rural, huyendo de una vida que consideraban intolerable y penosa así que ¿cómo es posible que otras personas vengan al campo a, según dicen, vivir mejor que en la ciudad? La respuesta es que el movimiento neorrural, con toda su heterogeneidad, plantea nuevas formas de habitar lo rural. No se trata de volver al campo para hacer en el campo lo que siempre se ha hecho, sino precisamente de volver transformando; con nuevos enfoques, nuevas actitudes y nuevas tecnologías. Asumiendo lo que el campo tiene de positivo e intentando cambiar sus aspectos más negativos. Desafiando, sobre todo, la jerarquía de valores que pone a lo urbano por encima de lo rural.
Son todas estas características del movimiento neorrural las que posibilitan su asentamiento en regiones semi abandonadas y depauperadas. Son personas dispuestas a vivir con bajos ingresos porque han comprendido que la acumulación material no es la vía hacia su felicidad y que quien no es capaz de ser feliz con poco difícilmente lo será con mucho. Muy vinculadas a los movimientos slow, que preconizan una ralentización de la mayoría de los aspectos vitales: más despacio, menos desplazamientos, menos necesidades, menos consumo, más tiempo libre, menos yo y más nosotros. No requieren de grandes autovías, ni de infraestructuras faraónicas, ni de banda ancha. Son emprendedores excepcionales, pero las empresas que levantan no tienen como objetivo la maximización del beneficio sino optimizar la relación entre los ingresos necesarios y el trabajo destinado a tal fin. No quieren crecer siempre. Usan coches, pero no quieren un BMW; usan teléfonos, pero no quieren un iphone.
En el fondo se encuentra la siguiente cuestión: son las personas que pueden repoblar los pueblos semiabandonados porque son las que rechazan el modelo urbano, que cada vez convence a más gente de que si no vives en la ciudad estás fuera del mundo. Y la disyuntiva es esta: o bien convertimos lo rural en un apéndice de lo urbano y en un escenario vacacional para que las personas embelesadas con la urbe no se vayan o facilitamos el asentamiento precisamente de las personas que prefieren el campo por lo que el campo es y tiene. Por lo que el campo es. Por lo que el campo tiene. Nos gastamos una millonada en programas para modernizar el campo, que no es otra cosa, en general, que extender al campo el modelo de sociedad urbano, y no se logra fijar población. Y es lógico que así sea porque no es ese su objetivo. Podríamos gastarnos la mitad de la mitad en facilitar el asentamiento de las que quieren vivir verdaderamente en el campo, que hoy por hoy son las personas enmarcadas dentro del amplio movimiento neorrural.
Esa facilitación es muy simple, al menos en una primera fase. Un elemento importante es la existencia de espacios que puedan ser habitados en esos pequeños núcleos. Se da la paradoja de que en pueblos con apenas habitantes y en obvia decadencia no se encuentra una casa de alquiler. Muchas casas están vacías, muchas se están arruinando año tras año pero es casi imposible alquilarlas. Uno podría pensar que el propietario de una casa que se está viniendo abajo y que no utiliza para nada la alquile para obtener un rédito mensual y para mantener la casa en pie. Pero los pueblos están llenos de casas vacías que no se alquilan. ¿Por qué? Principalmente porque esas casas no pertenecen a una sola persona sino a todo un conjunto de herederos, propietarios de una pequeña parte de la misma. Esos herederos emigraron hace tiempo y en muchas ocasiones están totalmente desentendidos de la heredad. Quizás alguno no, pero es necesaria la aprobación de todos estos propietarios para alquilar la vivienda. A algunos de ellos les gustaría que la casa se alquilase y no se perdiese, pero otros prefieren que la casa se hunda a tener que iniciar trámites burocráticos o a hablar y ponerse de acuerdo con sus familiares. En otras ocasiones es por pura dejadez. Sin embargo algunas llamadas de teléfono a esos propietarios desentendidos por parte de la alcaldía puede poner en marcha procesos que culminen en una nueva casa puesta en alquiler, como se acaba de demostrar en la pedanía de Santamera. También algunos ayuntamientos poseen casas u otros espacios que podrían ponerse a disposición de nuevos habitantes. Lo que no tiene ningún sentido es afirmar que se quiere que los pueblos se habiten y que no existan espacios para acoger a esos nuevos habitantes.
Casas de alquiler a bajo precio, pequeñas parcelas de tierra para cultivar (éstas son por lo general mucho más fáciles de obtener que las casas) y otras facilidades que permitan una vida con pocos ingresos, por ejemplo la sustitución del pago de los servicios municipales por trabajos a la comunidad, son un buen comienzo para que población joven se asiente en los pueblos. Ellos generarán los ingresos necesarios para subsistir, y no será trabajando 8 horas al día para un patrón. Sobre todo porque en estas tierras eso se acabó. Los ayuntamientos pueden hacer mucho para ofrecer esas favorables condiciones, con un gasto mínimo.
En nuestra opinión sólo de esta manera puede generarse una repoblación de la España vacía en las próximas décadas. Y quién sabe si además de llenar los pueblos vamos cambiando la sociedad, que buena falta nos hace.
Isato de Ujados
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