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Asistimos al segundo Congreso sobre Despoblación acogido y referenciado por Sigüenza. La puesta en escena es calcada a la del año pasado cuando se nos vendió la moto del manifiesto seguntino contra la despoblación y su famoso decálogo, que aún sigue dando la vuelta urbi et orbe hasta encontrar la adecuada órbita geoestacionaria que permita poner, de una vez por todas, manos a la obra en estos asuntos lejanos a palacio... Estamos, pues, en el Parador de Sigüenza, junto a otras quinientas personas más, en torno a un estrado elevado y ceñido por algunas filas de sillas reservadas a las “personalidades”; ¡todo un clásico!

El congreso sobre despoblación. Dibujo: Galia.

Hay caras nuevas, sin embargo, la mayor parte corresponden al equipo de ctxt (revista Contexto), un medio digital que se autodefine de izquierda, y que se ha encargado hogaño de la organización del evento en colaboración con Paradores y la Junta de Castilla-La Mancha; y otras ya conocidas, que no resultarán ser las más interesantes. Pero hay una novedad importante: ¡se va a permitir hablar al público! reparando así el error garrafal de la anterior edición, en la que los auténticos expertos, los experimentados actores y protagonistas de este vilipendiado mundo rural nos vimos ninguneados. El discurso plúmbeo y hueco de los burócratas se va a ver esta vez contrastado con el más cabal y lúcido de los que día a día convivimos, percibimos, trabajamos, sufrimos y también disfrutamos infinitamente estos incomprendidos y, en general, desconocidos territorios del rural.

Se inicia la función con los malabarismos de salón a cargo de las distintas “autoridades”. A destacar positivamente lo expresado por Jesús Casas, presidente de Tragsa. De acuerdo con sus palabras: “estamos al borde de la ruptura con la cultura rural debido al cúmulo de malas decisiones tomadas durante décadas en política territorial. Aglutinando gente en las ciudades estamos perdiendo identidad, diversidad”. De modo que “hay que cambiar el modelo territorial tras decidir qué queremos ser, que es una decisión política. Me da mucho miedo perder la imagen de mi país”, concluye.

Alguien nos habló de “capital natural”, y también nos dio mucho miedo, pues procedería más bien hablar de los bienes y valores que la naturaleza ofrece y que deberíamos usar armoniosa, sabia y mesuradamente a fin de mantener el equilibrio necesario para seguir vivos en el planeta. Los capitales siempre han tendido a esquilmarlo.

A través de la retahíla de intervenciones, entrevistas y mesas redondas quedaron patentes, una vez más, las carencias que han acarreado las malas políticas aplicadas al territorio, desequilibrándolo y destructurándolo hasta convertirlo en un lugar alejado, desangelado, oscurecido e inhóspito. ¡Hay que ver lo que hay que hacer en materia de servicios: transporte, telecomunicaciones, sanidad, escolaridad, centros educativos, cultura, patrimonio…! Pero también comienza a ponerse el acento en la imperiosa necesidad de revertir esa imagen, esa mirada pacata, despectiva y equivocada hacia lo rústico, lo propio del territorio que nos sustenta, y que en verdad es la “gallina de los huevos de oro” de una comunidad; se llame país, región, provincia o comarca. “Antes, salir del pueblo era lo bueno; hoy es todo lo contrario”, dice convencida Maria Jesus Merino, alcaldesa de Sigüenza. “No hay mejor calidad de vida que la que tienen los pueblos”, añade José Luis Vega, Presidente de la Diputación de Guadalajara . “Vivir en el campo es el mejor cortafuegos contra la idiotez”, afirma con rotundidad el cineasta Oliver Laxe...

Antonio Jiménez, miembro de la Fundación Santa María de Albarracín (Teruel) nos anima a restaurar y mantener el patrimonio cultural y arquitectónico como forma de dinamizar los pueblos y como base de una buena elección de vida. Su experiencia en Albarracín le ha llevado a constatar que “las instituciones no son tan importantes; que lo que hace falta son personas comprometidas. Cualquier modelo que se trate de imponer indiscriminadamente estará abocado al fracaso. Hay que contar con la gente que vive en el lugar y apostar por ella”. No podemos estar más de acuerdo. Y además, esto viene al pelo para volver a romper una lanza por los pobladores de Fraguas. Una sociedad no puede permitir que personas de bien que ponen su empeño, su determinación y su energía al servicio del bien común sean criminalizadas por hacerlo, amparándose para ello en unas leyes hechas a medida de unas ideas y de unos intereses que se han mostrado cuanto menos ineficaces; si no especulativos. Si las leyes paralizan, si abocan a injusticias de este tipo, no queda otra que cambiarlas.

Alguien del público se refirió al llamado Proyecto Mosáico (muy recomendable la lectura del artículo “Lúpulo, castañas, cabras, miel… el mosaico del que resurge Gata”, publicado el 4 de marzo de 2018 en El Periódico de Extremadura), una acción de amplio espectro social en la que un centenar y medio de iniciativas particulares y sociales se han unido para recuperar y potenciar cerca de 20.000 hectáreas afectadas por los incendios forestales de hace un par de años en las Hurdes y Sierra de Gata. Muchos proyectos tienen que ver con la cría y el pastoreo de cabras extremeñas, y se han organizado para desbrozar y limpiar con sus animales el monte, a modo de cortafuegos. Algunos están ya en marcha pero a otros les frenan determinadas normativas sanitarias o alimentarias que tratan por igual la actividad industrial y la artesanal, poniendo excesivas trabas o incluso impidiendo a los pequeños agricultores y ganaderos elaborar productos a pequeña escala que contribuyan a mantener y mejorar sus economías sanas e independientes. Si algo atasca o no funciona, señores burócratas, hay que cambiarlo y mejorarlo.

¡Que curioso!…, acabo de caer en la cuenta de que el incendio ocurrido en 2005 en las inmediaciones de La Riba de Saelices (Guadalajara) ha propiciado, a su vez, la recuperación de las salinas de Saelices de la Sal reactivando así una pequeña economía de tradición secular; algo similar a lo que está ocurriendo con la Sierra de Gata. Es decir, parece ser que haya de ocurrir una catástrofe para prestar atención a lo que tenemos alrededor; algo que habla claramente de la ineptitud de los políticos. ¡Ojalá no haya que esperar a que se incendien los montes para valorar, recuperar e invertir en lo que tenemos aquí a mano, como se hace en otras comunidades y países de nuestro entorno. Y me refiero concretamente a las Salinas de Imón y la Olmeda, declaradas bien de interés cultural, reconocidas y protegidas por la Red Natura 2000, suministradoras en su apogeo de la Casa Real. Ningún político local o autonómico tendrá credibilidad mientras no pelee hasta la extenuación por la puesta en activo de este patrimonio al que Sigüenza debe en buena medida su existencia y entidad desde la época romana, uno de los mayores y mejores ejemplos en Europa de arquitectura industrial de los siglos XVIII y XIX; que han sido y podrían seguir siendo un importante motor y referente socio-económico y cultural para la comarca de Sigüenza.

El presidente de Paradores, Oscar López, saca a colación el tema de la sostenibilidad. “Es más sostenible el campo”, asegura “pero ¡ojo!, que hay quien dice que es más sostenible tener a la gente concentrada en los bloques de las grandes ciudades”. No parece que éstas sean más sostenibles, ya que carecen de territorio, lo que las hace irremisiblemente dependientes del suministro exterior. Si la urbe se ha impuesto es porque allí es más fácil manejar a la gente.

Francisco Martínez Arroyo, consejero de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural de la JCLM, puso el dedo en otra llaga, refiriéndose al mundo rural: “Donde no hay agricultura y ganadería hay problemas de población”. Este es, sin duda, el mayor agujero negro de la llamada España vaciada. Las políticas neoliberales, la industrialización del mundo agropecuario, la globalización de los mercados, la primacía de la cantidad sobre la calidad han hecho mella en las vidas y esperanzas de la gente, en su identidad y en su dignidad, empujándolas muchas veces al éxodo y dejando huérfano el territorio. Que no nos camelen con el parque temático o la segunda residencia, que eso es evangelización urbanita, no medios para fijar población. La estabilidad y el futuro de lo rural estará siempre en la capacidad de su territorio para dar buenos frutos y cosechas, para engendrar y criar animales sanos, y en la habilidad de sus gentes para elaborar con ello productos de calidad. ¡Que se lo pregunten si no a los pastores de renos de Laponia, cuya densidad demográfica multiplica por doce la de nuestra Sierra Norte!

El rural no es, pues, un mundo oscuro y tenebroso sino un lugar potencialmente libre y abierto, repleto de oportunidades para cargarnos de optimismo y vitalidad. “No es tanto una cuestión de dinero”, decía el consejero de Agricultura, sino de hacer las cosas bien con lo que hay”. Está claro que hay que invertir mejor; del mismo modo que no hay que producir más sino apostar por la calidad. No se va a paliar el hambre en el mundo con enormes cosechas de mierdaDe acuerdo con Emilio Barco, escritor y agricultor, autor del libro Donde viven los caracoles, “hay que hacer agricultura para la despensa, no para el mercado; una agricultura inteligente y diversa”. Y si para ello es necesario, “pasar la desbrozadora por la burocracia”.

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