Fernando Orozco
¡A socializarse!

No hay sociedad sin socialización ni cultura sin cultivo. Los seres humanos somos animales domésticos y por lo tanto hemos de ser domesticados. No hay hombres ni mujeres al margen de la sociedad; una criatura humana que no viviese en sociedad, que no fuera socializada, cultivada y domesticada, no adquiriría las características propiamente humanas como han mostrado los distintos casos de niños salvajes que la historia ha documentado — llegado a un punto de madurez resulta ya imposible la adquisición del lenguaje. Ahora bien, la sociedad puede expulsar a los márgenes a algunos de sus miembros una vez socializados, cultivados y domesticados, —los excluidos, los marginados— y tampoco han faltado nunca quienes se aparten voluntariamente y elijan la soledad al bullicio mundano como ermitaños o anacoretas.

La socialización, cultivo y domesticación de los humanos consiste en hacer que los nuevos miembros de la especie adquieran las destrezas, valores, normas, hábitos, reglas, creencias, de la sociedad de la que forman parte. En un sentido el término socialización es equivalente a educación, y en otro es esa parte de la educación, que dejando a un lado la instrucción —adquisición de saberes y  técnicas—, se refiere específicamente al aprendizaje de las relaciones aceptables y aceptadas con los otros miembros del grupo en función de sus roles y estatus. En nuestras sociedades hay tres agentes socializadores fundamentales en ambos sentidos del término: La familia, la escuela y la industria cultural. Esto no es así en todas las sociedades. En aquellas que llamamos primitivas o salvajes — errando en el nombre porque las que conocemos nos son contemporáneas y puesto que tienen cultura no son salvajes— la familia, el clan, y en última instancia todo el grupo social están a cargo de la socialización de los nuevos miembros — hay un dicho africano que asegura que para criar a un sólo niño es necesaria toda una tribu. Estas sociedades no poseen industria cultural, pues su cultura es popular. Tampoco conocen ninguna institución como la escuela; cada individuo aprende prácticamente todas las habilidades necesarias para la reproducción del grupo social ya que la especialización de los individuos no es mucha. La socialización, por lo tanto, se da en la propia sociedad, en la inmersión directa en su vida, sus mitos y sus ritos. En nuestras sociedades complejas y plurales, tan populosas que lo local está directamente vinculado a lo global, donde no hay ni cohabitan un único conjunto de valores, destrezas, normas, hábitos, creencias o reglas, la especialización es cada vez mayor haciendo del todo imposible que un único individuo pueda hacerse cargo de todas las tareas necesarias para la reproducción y mantenimiento de la sociedad. Algunas voces sostienen que la función fundamental de la escuela es la socialización en el sentido restringido del aprendizaje de las relaciones aceptables y aceptadas con los otros miembros del grupo en función de sus roles y estatus. No sólo afirman eso, sino que aseguran que sin escuela no es posible una socialización satisfactoria. La institución familiar y la industria cultural son de algún modo así apartadas como agentes incapaces de ofrecer una socialización plena. Aparquémoslas pues para centrarnos en esa socialización que da la escuela y que según las voces es del todo necesaria.

Cuando se alaba a la escuela como agente socializador se suele hacer referencia más a las relaciones entre pares que a las que se dan entre alumnado y profesorado, aunque evidentemente socialización hay en ambos casos. El modo en que los alumnos y alumnas se relacionan con maestros o profesoras no es del todo independiente del modo cómo se relacionan los alumnos entre sí – se parte de una situación que agrupa alumnos por edad, que se relacionan con adultos que disponen de su tiempo según un horario, con unos pocos periodos de juego libre estipulados junto a otros grupos bajo la vigilancia y supervisión de algunos adultos. Un modo de relación condiciona la otra. Puesto que los profesores enseñan y evalúan, las relaciones entre los alumnos en horas de clase son más de competición que de cooperación ya que en última instancia la calificación en un ranking implica la comparación de unos con otros en términos de mejor y peor, más que de diversidad y oportunidad. Pero obviando esta estructura, a lo que en última instancia se refieren las voces cuando hablan de socialización en la escuela es a la convivencia en el grupo de pares, que tendría su máxima expresión en el recreo. Las escuela es fundamental como agente socializador porque los niños tienen que estar con niños y dónde si no van a estar los niños con niños si no es en la escuela. Pues bien, veamos entonces cuál es en último término esa socialización que favorece la escuela que no es el aprendizaje de la obediencia a la autoridad y la competición/comparación con iguales.

Fijarse en las anomalías de un fenómeno para comprender mejor el fenómeno en sí es un buen método; buscar la regla fijándonos en la excepción. Así por ejemplo, la psicología y la neurofisiología se centran en el estudio de la psicosis y la neurosis, o de las afasias y disfunciones cognitivas, no sólo con fines terapéuticos, sino fundamentalmente para comprender mejor desde los casos límite el funcionamiento normal de la psique o el cerebro. En el caso que nos ocupa, la socialización entre iguales en la escuela, hay un caso-límite de fracaso de la socialización que podría resultar bastante esclarecedor: ese que por ser un fenómeno de actualidad de los medios de comunicación lleva un nombre en inglés: el bullying; o más castellanamente maltrato escolar.

El maltrato o acoso escolar es esa práctica en la que uno o varios alumnos ejercen cualquier tipo de violencia continuada sobre un compañero o compañera con la indiferencia o complicidad del resto. La forma básica del maltrato escolar es el bloqueo social, buscar la marginación, quebrar la red social del menor, y convertirle en chivo expiatorio, por intimidación, ridiculización y otros muchos mecanismos perversos. El acosado queda aislado de cualquiera de los diferentes grupos de afinidad que se establecen entre los alumnos.

El éxito de la socialización, el funcionamiento normal del tejido social de los alumnos es la integración en un grupo de afines que se define en oposición a otro grupo de afines. La inclusión se da por medio de la exclusión; pertenecer a un grupo es no pertenecer a otro, es compartir unas características pero sobretodo no poseer otras. Entre estos grupos no es poco habitual la ridiculización, y no es extraño que se den otras manifestaciones de violencia. El acosado o acosada escolar es el caso límite, el que es excluido de cualquier grupo y por tanto las diferentes formas de violencia caen sistemáticamente sobre él; el chivo expiatorio que paga la violencia que hace posible esa inclusión mediante la exclusión.

Nuestras sociedades adultas también tienen sus marginados y excluidos; y sus chivos expiatorios, y tampoco es raro que la violencia se manifieste de múltiples formas entre grupos de afines que se definen por no pertenecer a otros grupos de afines a los que no es poco habitual que ridiculicen. Sin duda la escuela es el único agente socializador que puede satisfacer la reproducción y mantenimiento de esta nuestra civilización de paz, progreso y democracia. Sin ella seríamos todos unos salvajes primitivos.

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