José María Martínez Taboada

El trato con la Historia nos hace humildes. Creía haber dicho algo nuevo al haber desmitificado el sitio de Sigüenza por las legiones de Catón. Pobre ignorante. Ya un siglo antes, nuestro obispo historiador, el padre fray Toribio Minguella, había sentenciado con claridad sobre aquel pasaje de Tito Livio: hizo el Cónsul como que venía con todo el ejército a esta Sigüenza. Comprendieron los celtíberos que aquello no pasaba de ser una añagaza; (…) se quedan muy tranquilos y Catón se vuelve (Historia de la Diócesis, I, 5). La única disculpa es que hay edades para ciertos libros, y no tenía yo por qué haberme adentrado aún por las páginas de la obra citada, pues estos volúmenes de Minguella, dejando a salvo a los historiadores que desde jóvenes tienen que bregar con tales obras, son lecturas de senectud. Libro viejo, lector viejo. Y a propósito de esto, se dirá alguno, ¿quién era este Minguella?

En la carta prólogo a la obra de su amigo Pérez-Villamil, podemos vislumbrar su ideario. Identifica España con Catolicidad; y pensaba que la “cuestión social” había de resolverse por la fe del pueblo y la caridad de los ricos. Su visión del mundo era medieval; no obstante, Fray Toribio Minguella fue una de las mentes más eficientes que dio el catolicismo español del siglo XIX. Durante su estancia misionera en Filipinas fue capaz de escribir una gramática del tagalo, que le dio prestigio como lingüista. Ya en España, venido a ser maestro de misioneros, mostró sus dotes organizativas en San Millán y en la restauración del santuario mariano de Valvanera, y dio comienzo a su labor archivística e historiográfica. Viajó de nuevo a ultramar al ser nombrado obispo de Puerto Rico, donde enferma.

Tres años después, en 1897, es nombrado obispo de Sigüenza, y cree él que viene aquí a morir. Tiene 61 años, edad en la que bien podía haber dado sus esfuerzos por terminados. Sin embargo, se restablece y, aparte de la labor episcopal, acomete durante su larga prelatura dos obras de alto empeño: la documentada historia de la diócesis que gobierna y la depuración del culto de Santa Librada, contaminado por las fantasías de los falsos cronicones.

El propio fray Toribio, en el prólogo a su obra, nos cuenta candorosamente que queriendo ordenar y publicar las “papeletas” o fichas del canónigo seguntino don Ramón Andrés de Lapastora, se halló en la necesidad de redactar por sí mismo el libro imaginado por don Ramón: la historia de la diócesis seguntina. De modo que la obra suya continúa y engrandece la obra del sabio que le precede. Y lo sorprendente es que el cuarto volumen de su historia fue escrito por un nuevo autor, don Aurelio de Federico, con lo que el monumento literario más característico de nuestra historiografía está hecho por sucesivas manos, tal como nuestra catedral, donde se van superponiendo los estilos a lo largo del tiempo…

Caracteriza la obra de Minguella el caudal documental que aporta, por lo que ha servido de fuente ineludible para los futuros historiadores locales. Y no solo para los historiadores: en esos documentos puede verse cómo en el ámbito administrativo la lengua latina va siendo sustituida por el castellano. Y por supuesto, en esos documentos se transparenta la vida de nuestros antepasados.

Antes de nada, hay que aclarar que la Historia de Sigüenza es en gran parte la Historia de la Diócesis y de sus obispos, pues, al quedar en territorio fronterizo, la antigua civitas llegó prácticamente a desaparecer. Si no hubiera sido porque se quiso restituir la sede episcopal, Sigüenza sería hoy una aldea, o mejor dicho, dos aldeas: la Sigüenza de arriba y la Sigüenza de abajo.

Como testimonio de esta realidad de desolación, transcribo de los documentos que aporta Minguella un par de donaciones reales del año 1124, en los que se vislumbra el estado en que había quedado la antiquísima ciudad a comienzos del siglo XII. Hablan los reyes de aquel tiempo:

En el nombre de la santa e individua Trinidad, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amen. Yo, Urraca, reina de España por la gracia de Dios, hija del rey Alfonso y de la reina Costanza, considerando la demasiada pobreza de la iglesia seguntina, que, por la impiedad de los sarracenos castigándonos por (nuestros) pecados durante cuatrocientos años, por eso había quedado destruida y desolada hasta los cimientos, le doy y concedo la décima parte de todo portazgo, y de todos los quintos, y de todas las alcabalas de Atienza y Medinaceli, al señor obispo de esa sede, a saber, a don Bernardo, y a sus sucesores para siempre por derecho hereditario; hago esto con grato ánimo y por mi espontánea voluntad, en favor de la remisión de mis pecados y para remedio de las almas de mi padre y de mi madre, etc.

Yo, Alfonso, rey de España por la gracia de Dios, hijo del nobilísimo conde don Raimundo y de la nobilísima reina doña Urraca, viendo la enorme pobreza de la iglesia seguntina, que casi por cuatrocientos años había sido destruida por el ataque de los agarenos, para la reedificación de su iglesia y para sustento de don Bernardo, obispo de su sede, en favor de mi ánima y de la de mis padres, dono y concedo a Dios y a Santa María siempre virgen, y a don Bernardo, ya mencionado, obispo de esa sede, toda la décima parte, etc.

En fin, al igual que la Historia de Sigüenza se identifica con la de sus obispos, la obra de los historiadores locales es una ampliación, matización o corrección puntual de la obra de nuestro obispo historiador. Minguella, hombre humilde, renunció finalmente al episcopado para volver de fraile a su convento agustino; quedó en Sigüenza su obra y su memoria.

(Don Aurelio de Federico, don Felipe Peces y doña Amparo Donderis han escrito sendas aproximaciones biograficas al obispo historiador).

José M.ª Martínez Taboada
Fundación Martínez Gómez-Gordo