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Conviene no dejar de lado la colección de novela negra, policíaca e intriga que la editorial Siruela lleva años manejando con eficacia y clarividencia bajo la cabecera de Siruela policiaca. Hemos podido conocer talentos actuales de la calidad de Fred Vargas, Giorgio Todde o Veit Heinichen, incluso algunos lamentablemente desaparecidos en pleno éxito, como la Batya Gur, cuyas historias en el Israel moderno son verdaderamente interesantes.

La catalana Rosa Ribas (El Prat de Llobregat, 1963), se trasladó a Alemania en 1991 para ejercer de lectora de español, y en esta aventura conoció a Sabine Hoffmann, docente en la Universidad de Frankfort. Allí se conocieron ambas, y de esta amistad nacieron tres sugestivas historias que la mencionada editorial ha tenido a bien publicar en estos últimos años. No sería una novedad para Ribas, que ya había publicado con relativo éxito historias como El pintor de Flandes o La detective miope, pero sí para Hoffmann, cuando en 2013 dieron a luz Don de lenguas, a la que siguió en 2014 El gran frío. Ahora nos ofrecen Azul marino, tercera y parece ser última entrega de esta saga de misterio, en la que recae el protagonismo en una joven periodista, Ana Martí, que ejerce como tal en Barcelona, allá por los años 50 del pasado siglo. Ana participa en la sección de “ecos de sociedad” en el diario La Vanguardia, trabajo que comparte con el de amanuense en los alrededores de las Ramblas, cuando ayuda a escribir a aquellos que carecen de ese conocimiento. Posteriormente se traslada a trabajar al por entonces célebre semanario El Caso, también para ocuparse de la sección de sociedad. Vive sola, para finalmente trasladarse a casa de su prima Beatriz Noguer, mujer de 40 años represaliada por el régimen debido a sus simpatías republicanas. Inteligente y culta, se halla a la espera de salir de España para volver a ejercer en el extranjero su actividad académica, ahora imposible en nuestro país. A través de su trabajo, Ana termina por implicarse en algunos asuntos.

Azul marino transcurre al final de la década, cuando los marines americanos llegaban a Barcelona y convertían sus jornadas de descanso en una continua bacanal en el barrio chino. En una de estas aparece un marine muerto tras una reyerta, y las sospechas recaen en unos españoles amigos de la bronca que pasaban por allí. Martí y su prima comienzan a ver desajustes entre las versiones oficiales y lo que pueden conocer por su actividad de periodista y, en este caso, traductora para el inspector Castro, de la policía. El libro nos ofrece una visión acertada de aquellos años de finales del aislamiento internacional y efervescencia de la ayuda americana. Al tiempo, muy bien escrita y con un excelente ritmo que se mantiene firme toda la obra.