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El 13 de mayo de 1804 partieron de La Guaira rumbo a Cartagena de Indias en el bergantín San Luis José Salvany y Lleopart, Manuel Grajales, cirujano y médico; Rafael Lozano, practicante; Basilio Bolaños, enfermero y 4 niños caraqueños. Padecieron la desgracia de encallar en la desembocadura del Río Magdalena y perder todo: instrumental y enseres. Lograron alcanzar una playa desierta fuera de la ruta comercial. Allí mismo los halló, después de tres días de acoso sin tregua de los insectos, el navío español La Nancy, que venía de corso y que los trasladó a Barranquilla, donde iniciaron su labor vacunal.

Pasando penurias consiguen llegar a Cartagena a través de las “ciénagas” de Santa Marta. Arriban exhaustos y enfermos, sobre todo los niños, y deben traspasar sin demora la vacuna a unos infantes del orfanato local. En la hermosa ciudad de Cartagena crearon una Junta Central y formaron a los sanitarios de la región.

Una de las causas del empleo de brazos infantiles en el transporte del virus era la ausencia de la viruela en el ganado vacuno americano; de hecho, incluso en el continente europeo, eran escasas las vacas con esa enfermedad casi exclusivamente británica. De modo que Salvany emprendió un estéril intento de contagio de algunas vacas cartageneras para contar con un suministro de vacuna autónomo.

También desde Cartagena comisionaron a un religioso betlemita para ir a Portobelo con 4 niños y vacunar Panamá, y a través de Ríohacha remitieron infructuosamente la vacuna entre cristales a Buenos Aires.

Tras dos meses de recuperación de la salud de todos y duro trabajo, comienzan la remontada del Magdalena en el navío Champán. Se acercan a Ocaña, donde Salvany debe descansar aquejado de sordera de ambos oídos.

A partir de este punto Salvany traza una estrategia propia de distribución de la vacuna. Fragmenta la ruta en largas etapas que finalizan en alguna ciudad importante y divide a su gente en dos equipos que alcanzarán la meta por caminos diferentes, vacunando en todas las localidades. De este modo cubría más población y reducía a la mitad las probabilidades de perder la cadena vacunal.

Salvany y Bolaños parten camino de Santa Fe de Bogotá remontando el río. Desde Nares despacha un sanitario con 2 niños a Medellín y continúa hasta Honda, el puerto fluvial más cercano a Bogotá. De nuevo cae Salvany gravemente enfermo. El virrey Amar y Borbón le envía un médico acompañado de unos niños sanos, para asegurar la transmisión de la vacuna. El subdirector estuvo a punto de morir y, a pesar de los cuidados del facultativo, quedó ciego del ojo izquierdo.

Mientras, Grajales y Lozano por una ruta oriental recorren el valle del Cúcuta de Pamplona a Vélez, vacunando gran cantidad de indígenas.

Salvany llega a la capital del Virreinato de Nueva Granada el 17 de diciembre de 1804, donde se reencuentran las dos ramas. En Bogotá se les espera con gran ansiedad, pues este era el punto central de la epidemia y fueron precisamente sus autoridades las que habían pedido la ayuda real que desencadenó la expedición.

Siguiendo el criterio establecido por Balmis, rechazan amablemente el ofrecimiento de instalar el centro de vacunación en un hospital, para que no se asocie la vacuna con enfermedad y muerte. Establecen una Junta de Vacuna, que felizmente las autoridades locales convierten en una auténtica Junta de Sanidad, que se ocupará de la prevención y el tratamiento no solo de la viruela, sino del resto de enfermedades infecciosas conocidas.

1824. Plaza Mayor de Bogotá, aduana. Acuarela de François Désiré Roulin. Imagen Banrepcultural.

En Bogotá Salvany tuvo la fortuna de reunirse con José Celestino Mutis, el gran científico gaditano y novogranadino, colaborador de Linneo, director de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, fundador de uno de los primeros Jardines Botánicos de América y del primer Observatorio Astronómico del continente.

La siguiente etapa se extendía hasta Popayán. Esta vez Salvany junto a Lozano viajará por caminos andinos a través de la antigua Provincia del Chocó, de Ibagüé hasta Minas de Quilichas. A Popayán Salvany llega impedido de una mano, con los males de sus ojos y una continua efusión de sangre por la boca. El grupo se ve obligado a detenerse y descansar. Había partido de la Península ya tuberculoso esperando encontrar la salud en un clima más cálido, sin embargo, su ruta discurrió principalmente por la fría cordillera de los Andes.

De nuevo por la ruta oriental, Grajales y Bolaños recorrerán las montañas del Quindío por Neiva hasta Popayán, donde se vuelve a reunir la subexpedición.

El siguiente punto de reunión se fijó en Quito. Salvany llega a esa capital por Pasto, pero el grupo de Grajales no aparece. Un Salvany preocupado les espera dos meses, aunque ha de continuar su labor.

Salvany recorre la siguiente etapa hasta Cuenca por Riobamba, donde es recibido con gran entusiasmo de la población el 12 de octubre de 1805. La preocupación por el paradero de Grajales y Bolaños mantiene encogido el corazón de Salvany y, temiéndose la pérdida de la segunda cadena vacunal, decide duplicar el número de niños y poner a su cuidado a fray Lorenzo Justiniano de los Desamparados.

Ya en el Virreinato del Perú, Salvany y Lozano continúan hacia Trujillo por Loja y Piura. Al intentar vacunar en las aldeas cercanas se ven forzados a huir de los indígenas. Deben dirigirse por barco directamente a Lambayeque y delegar la vacunación en esos pueblos en el director del Hospital de la ciudad, el fraile betlemita Tomás de las Angustias.

Continúan hasta Piján, donde Salvany presenta fiebre alta. En el poblado de Chocope los indígenas los reciben con gran regocijo; pero, al ver que la operación es muy sencilla y sin ceremonias ni ensalmos, desconfían y les acusan de ser el Anticristo. El cura del lugar hubo de esconderlos toda la tarde en un corral para evitar que la turba se tomara la “injusticia” por su mano.

En enero de 1806, y ya al fin en Trujillo, Salvany se reencuentra con el arzobispo de Charcas Benito Moxó, al que conoció en Puerto Rico, que estaba de paso en la ciudad. Con la entusiasta ayuda del prelado se vacunaron muchas personas.

Salvany solicita en todas direcciones noticias del grupo de Grajales, pero nadie los ha visto. Encamina a Lozano por la ruta de Cajamarquilla, mientras él vuelve a Lambayeque, adonde llega con insolación. El Cabildo no le quiere dar un alojamiento digno, y es el médico del lugar, José Delgado, quien lo aloja en su propia casa. De allí salen para Cajamarca. A mitad del camino les abandonan los arrieros y tienen que ser socorridos por el hacendero teniente coronel de los Reales Ejércitos, Juan Espinach, proporcionándoles caballos para llegar a su destino.

Salvany y Lozano entran en Lima el 23 de mayo de 1806. Hasta ese momento contabilizaban más de 200.000 personas vacunadas directamente y cientos de sanitarios formados, que continuaban vacunando. Llegan con el desasosiego de no tener noticias de la mitad de los miembros de su expedición.

Las aventuras de estos intrépidos sanitarios prosiguieron desde Lima al sur de Chile, pero eso lo contaremos en el próximo artículo.