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En el artículo anterior dejamos a Salvany y Lozano entrando en Lima y a Grajales y Bolaños desaparecidos. Estos últimos habían abandonado Popayán y pretendían alcanzar Quito, vía Guayaquil, costeando desde Tumaco; aunque la presencia en esas aguas de piratas ingleses les hicieron refugiarse en La Tola y continuar por tierra. El único camino entre la costa y Quito era el inconcluso y peligroso Camino de Malbucho por el que discurrieron penosamente. Al no encontrar a Salvany en Quito, volvieron a la costa, y desde Guayaquil ganaron Lima, donde esperaron la presencia de Salvany y Lozano. Muy grande fue la alegría de todos al reunirse de nuevo el equipo íntegro.

Pero la vacuna había llegado a Lima antes que la Expedición por un camino extraordinario. En Bahía (Brasil), el mariscal Felisberto Caldeira Brant, teniendo noticia de la Expedición Filantrópica española, decidió organizar una empresa similar. El 30 de diciembre de 1804, llegó desde Lisboa a ese país cuasi continental el Dr. José Avelino Barbosa acompañado de un grupo de niños, iniciando la vacunación en Brasil.

Y así fue como desde la colonia portuguesa el Virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte, recibió la vacuna en Montevideo en septiembre de 1805 y, además de organizar la vacunación en su jurisdicción, la envió por barco a Valparaíso, en Chile, y a Callao, el puerto de Lima.

En la capital del Perú la vacuna se convirtió en un lucrativo negocio al precio unitario de cuatro Pesos Fuertes. En consecuencia, al arribo de la Expedición, el Cabildo consideró innecesaria su ayuda y no les concedió una acogida muy calurosa, alojándoles indecentemente. Salvany elevó su queja al Virrey del Perú, Gabriel Avilés y del Fierro, que se ocupó inmediatamente de los niños.

José Salvany i Lleopart, autor desconocido.

Salvany tuvo que emprender sin apoyo oficial la campaña de vacunación. Los lugareños desconfiaban y a punto estuvo de fracasar toda la iniciativa. El estado psicológico de Salvany debía de ser ya muy frágil; enfermo, agotado, con el Cabildo y la clase criolla en contra, y los médicos limeños defendiendo sus intereses económicos, pues, de un carácter tan bondadoso como el suyo, se reportaron algunos casos de maltrato de palabra a personas que iban a vacunarse.

Como enviado real que era, Salvany investiga la calidad de la vacuna que se comercializa en Lima y la validez de las vacunaciones, recibe informes de fracasos y, en vez de enfrentarse a los médicos y sus beneficios económicos, adopta una estrategia indirecta. Apoyándose en el virrey, crea una Junta de Vacunación y publica un reglamento de ámbito virreinal por el que se fijan las normas de mantenimiento del fluido, las campañas y los métodos de inoculación.

Con el advenimiento de un nuevo virrey, José Fernando de Abascal Sousa, la suerte llama a la puerta de Salvany. El virrey lo apoya desde el primer momento y consigue que la Junta de Vacunación, y la vacunación misma, comiencen a andar a pesar de la oligarquía criolla.

La estancia en Lima fue larga y dio tiempo para que en la Universidad de San Marcos el Dr. Salvany presentara tres discursos médicos y físicos que le valieron consecutivamente los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor, en los que actuó como padrino el famoso médico ilustrado José Hipólito Unanue y Pavón (Arica, 1755 – Lima, 1833), creador en aquella ciudad de la escuela de medicina de San Fernando, que incluía asignaturas de matemáticas, física y psicología.

Al fin, el primer día de 1807 Salvany y Lozano parten en dirección a Ica. Los arrieros les abandonan a mitad de camino, llevándose el equipaje. Durante el tiempo que estuvieron perdidos Salvany enferma de difteria, los niños no tienen a quien traspasar la viruela y fatalmente se interrumpe la cadena vacunal. El virrey Abascal les envía dos niños con la vacuna y consiguen reanudar la marcha; pero se había corrido el rumor de que los expedicionarios robaban niños pequeños, y las madres indígenas de la zona se escondieron con sus hijos en los montes, lo que impidió su vacunación.

Mientras tanto, desde Lima, Grajales y Bolaños habían completado un par de periplos a Cuzco y a Jauja, vacunando a numerosas personas.

En Ica, Salvany y Lozano se ven obligados a descansar tres meses para que el subdirector repose y remitan sus enfermedades. Una vez descansados, se presentan en Arequipa, ciudad a la que Salvany llega tan enfermo que los médicos locales temen por su vida.

Mientras nuestros sanitarios se ocupan de salvar vidas, Napoleón Bonaparte invade la Península Ibérica. Salvany no se ve con fuerzas de seguir y solicita a la nueva autoridad, la Junta Central de Cádiz, el puesto de Intendente de la ciudad de La Paz. La Junta pide referencias al director de la expedición, Xavier Balmis, que emite un informe negativo, por lo que le deniegan el cargo. Un año pasa Salvany en Arequipa recuperándose y en febrero de 1809 marcha hacia la Paz.

Al llegar solicita las plazas de Intendente y de Tesorero Oficial de Lima. Cualquiera de esos empleos le hubiera permitido un sueldo para vivir y abandonar la expedición que le estaba matando. Sin contestación de la Junta Central continúa hasta Ouro, desde donde solicita el puesto de Regidor de la ciudad, y recorre las provincias de Cochabamba, Charcas y Potosí.

Por fin en mayo de 1810 alcanza agotado Cochabamba, aquejado de neumonía con hematesis, fiebre, difteria, afonía crónica y falta de apetito. Aún en esas condiciones, solicita la aprobación de una misión vacunal adicional a las Gobernaciones de Mojos y Chiquitos. Sin embargo, tanta debilidad puede con él y fallece el 21 de julio a los 36 años de edad, habiendo vacunado junto a Lozano directamente a más de 250.000 personas, principalmente indígenas.

Por su parte, Manuel Grajales y Basilio Bolaños habían embarcado en noviembre de 1807 en el puerto de Callao rumbo a Valparaíso, en la Capitanía General de Chile. Todavía en ese tiempo España estaba en guerra con Inglaterra y el viaje fue difícil y peligroso.

La vacuna les había precedido, se había recibido de Buenos Aires, como ya vimos, de modo que se ocupan de crear una Junta de la Vacuna en ese importante puerto y establecer los métodos de propagación y mantenimiento.

Recalaron en Santiago de Chile donde estuvieron vacunando durante ocho meses y a continuación difundieron la vacuna por los territorios que van desde Concepción a la Isla de Chiloé. Huyendo de los combates por la independencia regresaron a Callao en 1812.

Bolaños pasó a Buenos Aires y Grajales fue nombrado Médico Mayor del Ejército en el Virreinato de Perú. Volvió a Chile con el ejército “realista” donde ejerció de médico y cirujano hasta que fue hecho prisionero en la fragata Thomas el 8 de junio de 1813. En su condición de sanitario le incorporaron al bando rebelde o “patriota”, según el punto de vista. Después de la independencia de Chile fue profesor de Anatomía y Cirugía del Instituto Nacional de Chile y fiscal del Protomedicato chileno.

Regresó a la península a primeros de diciembre de 1824, una semana antes de la decisiva Batalla de Ayacucho. En la península tuvo varios destinos de médico militar hasta que se jubiló en 1847, yendo a vivir a Cádiz donde falleció en fecha desconocida.

En el próximo artículo veremos la implantación de un antecedente de la vacuna a dos pasos de Sigüenza.

Para saber más: Susana María Ramírez Martín, “Desarrollo Geográfico de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1821)”, Canelobre, nº 57.