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Recientemente pasaron en televisión por La 2 la película de Margarethe von Trotta “Hannah Arendt”, que había sido estrenada en España en 2013.

El cine de Margarethe von Trotta se caracteriza por abordar cuestiones de la realidad social, intentando iluminar zonas de sombra. Su manera de acercarse a los temas que trata, parte de lo más personal para entrelazarlo con la historia.

La maestría de la directora y la excelente interpretación de Bárbara Sukowa en el papel protagonista, consiguen trasmitir al espectador, mediante primeros planos, lo que no siempre es fácil hacer con imágenes, y que sí logra el buen cine: sus reflexiones, su coraje, el desconcierto inicial ….

De manera que no estamos ante una película convencional sino ante un modo de hacer conmovedor, que sorprende por la sobriedad, y el compromiso de la directora, que toma como eje central los dilemas que atraviesan el pensamiento de Hannah Arendt.

La película se ciñe al período en que la filósofa alemana, de origen judío, es enviada por la revista The New Yorker, en 1961, para cubrir el juicio en Jerusalén contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, tras su secuestro en Argentina por agentes israelíes.

Hannah Arendt vive entonces en los EEUU, donde había llegado exiliada en 1941. Es profesora en una universidad de Nueva York y tiene ya un gran prestigio, pues dos de sus obras más conocidas ya habían sido publicadas.

La primera escena muestra el secuestro de Eichmann.

La prensa internacional recoge inmediatamente la noticia, y vemos a Hannah Arendt leyendo el titular: “Israel captura a un líder nazi”. Decide escribir a la revista The New Yorker, ofreciéndose como reportera para cubrir el juicio. El marido le pide que no vaya, pues le va a recordar su propio sufrimiento en el campo de concentración donde estuvo internada.

Es importante reseñar que no es la revista quien le hace la propuesta, por lo que luego ocurre y también en cuanto a las expectativas de su entorno y de ella misma.

En una de las reuniones en su casa, con amigos y compañeros de universidad, la discusión gira en torno a su viaje a Jerusalén, al juicio, a Eichman… y ahí se perfilan ya las diferentes posiciones de unos y otros.

Su marido sostiene que el secuestro del Mossad es ilegal, y Hans Jonas, muy airado, les habla del derecho sagrado de Israel de juzgar a un nazi.

Cuando viaja a Israel, le está esperando su mejor amigo, Kurt  Blumenfeld , también judío, otro de los personajes importantes que recoge la película, y que vive en Jerusalen con su familia. “Tu eres fuerte y valiente; y este proceso es muy importante para nosotros.”

Las escenas del juicio son en blanco y negro, pues son documentos de archivo. Muestran las acusaciones del fiscal, a Eichmann en un recinto acristalado, las declaraciones de testigos ….

La cámara muestra a Arendt con expresión de cierto desconcierto al escuchar a Eichmann, como expresa luego, cuando se encuentre con Kurt y otros amigos judíos: “No es como me lo imaginaba… En su caja de cristal, un don nadie, no da ningún miedo. Jura que nunca hizo daño a ningún judío. Que no se sentía responsable, que su trabajo era poner en marcha los trenes, que solo cumplía la ley.”

Le responden: “¿Que Eichmann no es antisemita? ¡Dices tonterías! ¡Miente! ¡Ha conseguido engañarte! ¿Quieres decir que se sentía libre de toda culpa a pesar de saber lo que les ocurría?”

“Es exactamente como lo veo: un burócrata. El abismo entre la brutalidad de los hechos y la mediocridad del hombre que los cometió.” 

“Admirable tu búsqueda de la verdad; pero esta vez te has pasado”, responde Kurt.

De vuelta a Nueva York, en una reunión con amigos, se habla sobre la noticia aparecida de que van a ahorcan a Eichmann.

El marido de Arendt sostiene que sería más coherente dejarlo con vida. Hans Jonas le dice que Eichmann es un monstruo.

Arendt: “Él era un servidor al Führer, solo actuaba conforme a la ley”.

Jonas —enojado—: “Actuó mucho después que Hitler se lo ordenara. No puedes escribir eso en The New Yorker, la gente no quiere lecciones de profunda filosofía, ¡quiere saber lo que Eichmann hizo! ¡Le perdonas!” 

A lo que ella responde: “No seas ridículo, ¡por supuesto que me alegro de que le ahorquen!”

Se suceden varios flashback. En uno vemos una clase en la que Heidegger está explicando a sus alumnos, entre los que se encuentra Arendt, que la auténtica utilidad de la filosofía, el pensamiento del que les hablaba, era orientar la acción humana.

En otra escena, la redacción del New Yorker, donde los editores hablan sobre la repercusión que tendrá entre sus lectores  lo que Hannah Arendt ha comenzado a enviarles: “…Nos van a cortar la cabeza si publicamos esto”.

En una reunión con el editor, Arendt se ratifica en lo escrito: “…Para un judío, el papel que tuvieron sus líderes en la destrucción de su propio pueblo ¡es el capítulo más terrible de toda esa oscura historia!”

“Muchos se quedarán solo con esa conclusión”, dice el editor, tratando de que matice algunas afirmaciones. “¡Pero es un hecho!” — responde ella.

El informe del juicio se publicó en varias entregas, y el escándalo y la controversia que suscitaron no ha perdido actualidad.

Amenazas telefónicas al New Yorker, artículos muy duros en el New York Times, también uno del fiscal del juicio, respondiendo a lo que llama “defensa” de Eichmann por Hannah Arendt.

A esto seguirán numerosas cartas de amenaza a su domicilio, alguna de sus propios vecinos, y en muchas de ellas piden su muerte.

Por otro lado, los servicios secretos israelíes envían emisarios a EEUU para exigirle que no publique el libro (*) sobre Eichmann: “Es inconcebible que haya podido escribir tantas mentiras; cuesta creer que usted fuera sionista”. Le dicen también que era su amigo Kurt quien se iba a poner en contacto con ella pero que se está muriendo.

Ella, que no sabe nada, queda trastornada por la noticia y viaja a Jerusalén para visitarle.

“Has ido demasiado lejos, no has tenido piedad con tu pueblo”, le dice desde el lecho. “No sientes al pueblo de Israel”.

“No pertenezco a ningún pueblo, mi amor está con mis amigos. Te quiero a ti.”

Y ahí vemos, que él vuelve la cara rehusando cualquier muestra de afecto o de despedida.

Posteriormente, ya en Nueva York, la Universidad le pide que renuncie a su puesto docente. Ella se mantiene firme y responde que no renunciará bajo ningún concepto y que ha decidió aceptar la invitación, que le han hecho los alumnos, de hablar sobre la repercusión que han tenido sus artículos.

Una de las últimas escenas muestra una clase expectante y abarrotada, en la que están también otros profesores.

“Cuando el New Yorker me encargó cubrir la información sobre el juicio, supuse que el tribunal tenía un solo objetivo, se enfrentaba a un crimen no tipificado en los códigos de sus leyes.

No tenían intención de juzgar el sistema, ni la Historia, ni ningún –ismo, ni siquiera el antisemitismo; solo a la persona. El problema vino cuando Eichmann rechazó una y otra vez la acusación de que tuviera que ver con lo personal. Que sólo había cumplido órdenes. Este argumento demuestra que el mal más grande del mundo puede ser cometido por cualquiera. Para cometerlo basta solo con negarse a ser persona”.

Le interrumpe un profesor: “… Culpa al pueblo judío de su propio exterminio” (aludiendo a la actuación de los Consejos Judíos).

“Nunca he echado la culpa al pueblo judío”, responde. “Tal vez exista algo que esté entre la resistencia y la colaboración. Y solo en ese sentido, quizá, algunos podían haber actuado de otra manera”.

“Como saben, soy judía. Nunca he defendido a Eichmann. Intentar comprender no significa perdonar. Solo he querido reconciliar la mediocridad con esas terribles consecuencias”.

 “Eichmann, al negarse a ser una persona, renunciando —sin saberlo—, a una de sus facultades, la capacidad de pensar, llegó a ser su propia víctima. Cuando dejó de pensar dejó de discernir.”

“La esencia del pensamiento al que me refiero no es la del conocimiento, sino la que distingue el mal del bien, lo bello de lo feo. Y lo que yo busco es que el pensar dé fuerza a las personas para que puedan evitar desastres como aquéllos”.

Aplausos de los alumnos y actitud hostil de los profesores.

A la salida, Hans Jonas, muy serio, la acusa de arrogante y de haber convertido un juicio en filosofía. Y la despide diciendo: “A partir de hoy termina mi amistad con la favorita de Heidegger”.

Sobre el negro de la pantalla, la película finaliza con estas palabras:

“Hannah Arendt, volvió sobre el tema del mal una y otra vez, y aún lo debatía cuando murió en 1975”.

(*) Eichman en Jerusalén. La banalidad del mal, New York, 1963-64

 

 

Viñeta

 

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